viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo Final: LAS RIQUEZAS DE ESTE MUNDO.








Los animales ¿son ricos o pobres? No parece que ese problema les interese demasiado. Los animales tienen necesidades que atender: comida, cobijo, procreación, defensa contra sus enemigos... A veces logran satisfacerlas convenientemente y en otros casos fracasan: si este fracaso es demasiado grave o muy prolongado lo más probable es que mueran, por lo cual todos los bichos son extremadamente diligentes en procurarse lo que necesitan. Además, tienen ideas muy claras sobre lo que les hace falta: pueden equivocarse al buscarlo, pero nunca se equivocan en lo que tienen que buscar. Tienen más bien pocos caprichos y desde luego no fantasean nunca. Cuando ya han cubierto sus necesidades, los animales disfrutan y descansan; no se dedican a inventar necesidades nuevas ni más sofisticadas que aquellas para las que están «programados» naturalmente.

La gran diferencia consiste en que los humanos no sabemos lo que necesitamos. Es decir: desde un punto de vista estrictamente zoológico, sabemos que necesitamos comida, cobijo, procreación, defensa y el resto de esas cosas que también requieren otros mamíferos semejantes a nosotros. Pero cada una de esas necesidades básicas nos la representamos acompañada de requisitos exquisitos que la complican hasta el punto de hacerla casi infinita, insaciable.
Cuando un animal satisface una necesidad, la deja de lado hasta que vuelva a presentarse su urgencia: nosotros seguimos teniéndola presente y nos ponemos a pensar sobre cómo satisfacerla más y mejor. Los animales buscan, nosotros somos rebuscados. Cada necesidad es lo que es, pero también es todo lo que nosotros queremos que sea, lo que queremos que llegue a ser: de modo que cada necesidad satisfecha no produce sólo alivio y reposo, sino también inquietud, afán de más y mejor, siempre más y mejor. Antes te he dicho que el problema es que los hombres no sabemos lo que necesitamos; me refiero a que no sabemos lo que necesitamos porque no sabemos lo que queremos. Y «querer», para los humanos, es la primera y más imprevisible de las necesidades. Los animales quieren porque viven, mientras que los hombres vivimos... porque queremos.

Este vivir para querer en lugar de querer para vivir le damos el nombre de cultura y, poniéndonos más soberbiamente modernos, civilización.

En el siglo XVIII el filósofo Jean-Jacques Rousseau atribuyó al desarrollo de la civilización la desigualdad, la explotación, la rivalidad entre los humanos y casi todos los restantes males de nuestra condición. «Todos los hombres nacen libres y en todas partes viven encadenados», dijo Rousseau: encadenados por los convencionalismos, las instituciones y los prejuicios sociales. En el origen, los hombres vivían solitarios, sin lenguaje, respondiendo solamente a sus instintos naturales. No tenían posesiones y no obedecían a nadie más que a la naturaleza. Sin embargo, los humanos tenían ya una facultad que los animales no tienen: la facultad de perfeccionarse. Quede claro que Rousseau quería organizar la sociedad y reformar la educación de tal modo que recuperemos una especie de «segunda naturaleza», una naturaleza...artificial en la que se hayan corregido la mayoría de nuestras desigualdades y de los vasallajes que nos oprimen.


El origen de la auténtica desigualdad entre los hombres no es político, sino económico.
Las sociedades primitivas son muy igualitarias en lo económico, es decir que sus miembros tienen pocas cosas propias, casi todos más o menos las mismas y que lo más valioso suele ser de propiedad común.

Desde luego, también los hombres siempre han sido propietarios, sea en común o particulares. Pues bien, la propiedad privada ha producido efectos tanto positivos como negativos, según desde el punto de vista que se la mire. La propiedad privada fomenta las desigualdades, las envidias, la codicia, y hace que los humanos se identifiquen con lo que tienen y no con lo que son. Pero también la propiedad privada permite el desarrollo de la independencia de cada cual, de su autonomía, su distanciamiento creador de la unanimidad del grupo y le permite desarrollar derechos y deberes basados en la deliberación racional y no en los automatismos colectivos. El afán de propiedad privada puede destruir la necesaria solidaridad que hace de una sociedad algo más que un montón de gente que vive junta por casualidad; pero la negación total de la propiedad privada aniquila el soporte simbólico y material de la personalidad humana, y convierte así a la comunidad en horda o cuartel.
Yo me conformo con que los hombres seamos socios, leales y cooperativos entre sí e iguales ante la ley. Para este objetivo, la propiedad privada no sólo no es un obstáculo sino que resulta requisito imprescindible.
La propiedad, el dinero y demás fuentes de problemas se reafirman con la urbanización: es decir, con el dejar de vivir como campesinos, sujetos a la tierra, en comunidades pequeñas, y pasar a habitar ciudades, con multitud de oficios, artes y comercio. La vida urbana desarraiga a los hombres, los independiza de su terruño y de su aldea, les ofrece saberes nuevos, los pone en contacto con personas venidas de lejos, les permite nuevas formas de ganarse la vida y por tanto otras virtudes... y otros vicios. Aumenta sus conflictos, tentaciones y miserias, sin duda, pero también les libera de muchas trabas.
En la ciudad hay menos igualdad económica, desde luego, pero también más posibilidades de inventar una vida propia, distinta a la de los padres y a la de quienes nos rodean. El cochino dinero crea nuevas jerarquías, pero desdibuja muchas de las antiguas: el ahorro tiene más importancia que la nobleza de sangre, la habilidad comercial resulta mucho más útil que la destreza en el manejo de las armas... Los individuos pujan entre sí por hacerse valer y quieren a toda costa ser dueños: de sus obras, de sus inventos, de riquezas y bienes, pero a fin de cuentas lo que pretenden es ser dueños de sí mismos, de sus vidas y sus destinos. Se liberan así de trabas del pasado pero se esclavizan sin duda a inéditas servidumbres.

Pero no olvidemos, en cualquier caso, que propiedad siempre ha habido en las sociedades humanas, sea colectiva, privada o mixta de ambas. Lo cual quiere decir que todas las sociedades se han planteado problemas económicos. La economía no proviene del esfuerzo por atender a las necesidades humanas, porque los animales también tienen necesidades pero no tienen economía. Es la propiedad, la acumulación de bienes y la previsión del futuro lo que da lugar a las perplejidades de los economistas.
Y por supuesto en el corazón mismo de la economía está lo más lúgubre de la ciencia lúgubre: el trabajo.
Somos seres activos, juguetones, viajeros... pero la disciplina laboral nos fastidia. Lo malo es qué como tenemos la capacidad de anticipar lo que va a ocurrir y de disfrutar o preocuparnos por el futuro, nos encontramos trabajando desde la más remota antigüedad: para hacernos dueños del mañana, nos esclavizamos al mañana.
Según el viejo mito judaico, en el jardín del Edén no había más que eterno presente y por lo tanto nada de trabajo. Pero luego sucedió aquel desdichado incidente con la manzana ofrecida por la víbora y la condena fue tajante: «ganarás el pan con el sudor de tu frente». A partir de entonces el trabajo siempre ha sido visto en parte como castigo, tal como demuestra la propia etimología latina: la palabra «trabajo» viene de trepalium, que era un instrumento de tortura formado por tres palos. Claro que los romanos también tenían otra forma de llamar al trabajo: la palabra pena...
Un amigo mío solía repetir que la prueba irrefutable de que el trabajo es cosa mala y desagradable es que pagan por hacerlo. Y se me ocurre que la mejor forma de distinguir el trabajo de otras actividades placenteras como el juego o el arte es llamar «trabajo» sólo a las labores que no haríamos si no estuviésemos obligados a ello.

El desarrollo de la civilización aumentó enormemente la cantidad de trabajo socialmente necesario: las grandes aglomeraciones urbanas, los monumentos públicos (¡algunos tan abrumadoramente colosales como las pirámides de El Cairo!), las carreteras, viaductos, alcantarillado, las manufacturas de objetos de uso cotidiano y artesanías refinadas, los comerciantes, la burocracia administrativa, los escribas, maestros, militares, etc., y muchísimas otras nuevas tareas que acabaron con la descansada vida salvaje de nuestros antepasados.
Por supuesto, en ninguna de estas sociedades urbanas el detestado trabajo ha estado repartido por igual. En todas las épocas hay unos cuantos que han logrado que muchos otros trabajasen para ellos, bien sea por la fuerza o por diversos trucos persuasivos. Durante la antigüedad, los esclavos cargaron con lo más pesado del trabajo: prisioneros de guerra, reos de diversos delitos, miembros de «razas inferiores».

Luego, en la Edad Media y comienzos de la Moderna, fueron los siervos los que «pertenecían» al noble señor terrateniente de la aldea en que habían nacido, como los campos y árboles que la rodeaban: su obligación era mantenerle, formar parte de su ejército si llegaba el caso y hasta poner a su disposición a sus hijas casaderas antes de que el futuro marido las catase. Los artesanos burgueses lograban valerse por sí mismos y ser sus propios amos, lo cual fue sin duda una mejora. Pero la mayoría de los negocios eran familiares y los hijos tenían que someterse a la férula de sus padres o de parientes próximos, los cuales no siempre eran capataces más benignos que los antiguos terratenientes feudales. ¡Tú, que sueles llamarme a mí «tirano», deberías haber conocido a aquellos implacables papás-empresarios! Y durante todo este tiempo —antigüedad, medievo, edad moderna— las mujeres llevaban la peor parte, porque debían trabajar en las labores domésticas que les quedaban específicamente reservadas y además, en muchas de las tareas masculinas.

Con la llegada de las nuevas industrias, la burguesía empresarial se convirtió en la capa dirigente de la sociedad. Empezó el auge del capitalismo, bajo cuyo predominio está organizado también hoy el mundo desarrollado que vivimos. La idea básica del capitalismo no es el servicio a otros hombres privilegiados (todos somos iguales) ni al conjunto social, sino el interés que mueve a cada cual a procurar su propio provecho para sí mismo y para los suyos. Pero al buscar cada cual ganancia para sí, las sociedades se enriquecen en su conjunto de modo notable: el afán de ganancia se ha demostrado un estímulo para el desarrollo de las industrias, favorece las nuevas invenciones que hacen el trabajo más productivo o la vida más cómoda, mientras que la competencia entre los productores aumenta la cantidad de lo producido, abarata su precio y sofistica su calidad.

En otros aspectos, el capitalismo produce menos beneficios que en el terreno económico. Puesto que de lo que se trataba era de aumentar las ganancias lo más posible, los empresarios capitalistas optaron por hacer trabajar a los obreros al máximo y pagarles justo lo imprescindible para sobrevivir.




              Ante tales abusos los trabajadores industriales “proletariado” organizaban protestas  y enfrentamientos revolucionarios contra los propietarios capitalistas, estos tenían que hacer notar sus fuerzas y asociarse  no tanto para destruir el capitalismo en cuanto sistema de producción si no que para una mejor repartición.
Antes el trabajador podía ser despedido por un empresario intolerante pero  buscar empleo con otro de la competencia. En el autoritario el que no se sometía al patrón sufre no tan solo el desempleo si no que también cárcel  o la muerte.

Aspectos positivos que tuvo el pensamiento marxista  y el movimiento comunistas en los países desarrollados europeos

-          Sirvió para forzar una serie de reformas que humanizaron socialmente el capitalismo.
-          Lo dignificaron políticamente e incluso lo hicieron más eficaz como sistema productivo.
-          La propiedad pública  el impuesto progresivo sobre la renta, la abolición sobre el trabajo infantil, la enseñanza gratuita  son objetivos en muchos casos ya conseguidos y vigentes como exigencias moderadas y razonables.


Hoy en día ni el liberalismo ni el comunismo o socialismo despiertan ninguna confianza, es imprescindible que el gobierno se ocupe de ciertas medidas la seguridad social como por ejemplo: pensiones contratos, compensaciones educación, infraestructura, todo esto forma parte de lo que se llama “el estado de bienestar”
 Luego de las llegadas de maquinarias muchos hombres debían ocuparse del trabajo pesado  pero sin duda las maquinas sustituyeron en forma eficaz el trabajo de los hombres y estos fueron despedidos.
 Uno de los rasgos que tiene el mundo en que vivimos es la diferencia entre un país y otro.  Los países ricos por medio del colonialismo y el imperialismo explotaron las naciones pobres y los han reducido a una forzada miseria. Sería absurdo negar los abusos depredadores de las grandes potencias coloniales sobre los más débiles, los peor informados o los más corruptos.
Si las naciones subdesarrolladas se ponen en la altura del primer mundo, aumentaría la tecnología y el consumo, esto nos lleva al tema de la ecología, interés político más extendido entre los jóvenes.
Ecología: se preocupa de la destrucción de determinados recursos y seres naturales  ya que esto empobrece la vida humana  y puede llegar amenazarla seriamente es decir debemos preocuparnos del medio ambiente por qué no podremos vivir y disfrutar si lo dañamos, en cambio los  Ególatras: sostiene que el hombre no es más que un ser natural entre otros que no tiene ningún derecho especial , que sus intereses culturales no deben gozar de ningún privilegio sobre los intereses biológicos de cualquier otro ser del planeta. Solo una efectiva autoridad mundial podría tomar medidas equitativas para defender el medio ambiente de todo el planeta.    




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